Un relato muy interesante, que me permite conocer y vivir a través de las palabras de mi tío Rafael, un poco de la historía de mi familia (mi tió Rafael de niño y su abuela Genoveva mi tatarabuela).
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EL ROPERO DE ABUELITA
En la mayor parte de las casas habitadas por familias, hay un ropero que es usado por la abuela para guardar un montón de chucherías, que al cabo de las años se van convirtiendo en imborrables recuerdos que guarda en su memoria y que al volverlos al presente, los toma uno a uno, y teje una historia, puede ser una aventura de amor, o un viaje feliz; o un suceso aciago dejado por el pasado; un recuerdo de persona importante o cualquier otro suceso.
Este mueble puede ser de maderas finas; hecho por hábiles artesanos; puede ser una pila de cajones cubiertos por una cortina floreada que ocupa una esquina del dormitorio y que al igual que el de roble o álamo es usado como libro de recuerdos presentes escritos en la mente. Me ha tocado, para mi fortuna, conocer varios roperos de famosos personajes famosos. El usado por Margarita Maza de Juárez esposa el Presidente Don Benito Juárez, que se encuentra en la calle Libertad de a ciudad de Oaxaca, en la casa que habitó ese matrimonio convertida hoy en día en Museo; el usado por Franz Mayer, rico potentado de siglos pasados, que se encuentra en el antiguo Hospital de la Mujer, fundado por el conquistador extremeño Hernán Cortés, convertido en casa por Mayer, y hoy una de los Museos ubicados en actual Avenida Hidalgo de la ciudad de México, junto al templo de San Juan de Dios, frente a la Alameda Central, viejo parque de mis recuerdos.
La casa que habitó Don Carlos Pellicer Cámara, insigne poeta tabasqueño y arqueólogo, de fama universal, convertida a la fecha en Museo y que conserva viejos muebles paternos por él usados, entre ellos un ropero lleno de recuerdos y que se encuentra en la calle de
Sáenz del centro de la ciudad de Villahermosa en el Estado de Tabasco.
"La Flor Marchita"
1869 Manuel Ocaranza
(1841-1882) Óleo sobre tela
Mi bisabuela Genoveva.
Hay varias formas posibles para conservar recuerdos de cosas importantes. Uno de ellos no cabe duda que es el cerebro. Este es una formidable biblioteca donde se almacenan todos los sucesos que tiene una persona en vida, y que veces, algunas personas tienen la facultad de hacerlos presentes cuando es necesario su recuerdo. Como ejemplo, un alumno que presenta un examen de una materia en sus estudios y que contesta cuestionarios con facilidad; entonces se dice que tiene muy buena memoria y puede jactarse de presumir de destacar como buen alumno. En cambio otros pobres que no tienen esa facilidad, batallan para recordar lo que sucedió ayer.
La Pedagogía ha encontrado métodos más o menos buenos para corregir esta deficiencia y los cuales funcionan de acuerdo a la buena voluntad y interés que ponga una persona.
Otra de las formas usadas por algunas personas, es llevar un Diario de actividades y que todos los días, por la noche, anota cada paso, con buena letra. Este método asegura el recuerdo, pero es altamente indiscreto, cuando llega a caer en manos de alguien a quien no le caiga bien el escribano y su contenido la divulgue para fines nefastos.
Entrando en materia, voy a dedicarme a narrar lo que vi en el ropero de mi abuelita hace muchos años, allá por mis diez de vida.
De vez en cuando ella hacía recuento de sus pertenencias que en el ropero se encontraban y nos llamaba a los nietos para ayudarla en la revisión, porque sabía que éramos muy curiosos. En el interior, dividido en secciones, había unos cajoncitos, donde guardaba joyas finas y baratas sin distinción de clases. En otro cajón, tenía una piedra de río pulida por el tiempo y de color azul. Al preguntarle por qué una piedra tal se encontraba revuelta con joyas, nos contó la historia de cómo vino a parar a su ropero.
Cuando era joven, tal vez contaba con diecisiete años de edad, su padre la llevó con toda la familia en las vacaciones de fin de año a la ciudad de Oaxaca. En todo ese tiempo, tuvo la oportunidad de conocer, lugares en los que se desarrollaron hechos de nuestra historia, particularmente el arroyo Jalatlaco, situado atrás del ex convento de Guadalupe, y buscando el sitio donde Félix María Hernández cruzó el arroyo, entonces muy caudaloso, en su ataque a la fortaleza en que se había convertido el convento por los realistas y ante la dificultad de que lo siguieran sus tropas insurgentes al asalto, dijo “va mi espada en prenda, voy por ella”, arrojando a la otra orilla su espada y a continuación lanzándose él al agua, siendo seguido por su gente y ocupando esa fortaleza. El General Morelos, su jefe, recibió el parte de la batalla en forma por demás escueta, “Guadalupe, ¡Victoria!”
Cuando llegó a ser el Primer Presidente, la historia los consignó con el nombre de Guadalupe Victoria en razón de la victoria obtenida.
Mi abuela, en su búsqueda por la orilla pedregosa del arroyo, resbaló cayendo al agua. En su desesperación por salir y no ahogarse, arañó la tierra logrando salir toda mojada y a salvo de su baño forzoso y abrir su mano, fuertemente tomaba esa piedrecilla, a la que tomó como símbolo de su salvación conservándola guardada en su ropero como recuerdo de su aventura.
Otra de las cosas encontradas en el ropero, era un tepalcate de una olla de barro, que tenía pegado un pedazo de papel de china anaranjado, como producto de una piñata de colores. Contó que cuando nuestra madre tenía nueve años, se organizaron ese fin de año los nueve días de posadas, que como tradición mexicana, van acompañadas siempre de piñatas, hechas de ollas de barro de desecho, que vendían en los mercados para que la gente hiciera sus piñatas. (En estos días se hacen de cartón, al que les da la forma deseada). Sea como sea su forma de hacerse, van rellenas de pequeños trozos de jugosas cañas y de caramelos; pero volamos a nuestra historia, ese año cuando le tocó a nuestra madre el turno para romper la piñata, al son de los cantos de todos, “¡dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino!”, tan no perdió el tino, que rompió la piñata y de paso la cabeza de mi abuela, donde al final terminó su recorrido el garrote y un pedazo de la piñata, como recuerdo, fue a parar al ropero.
En una cajita de madera de sándalo tenía un pedacito de carbón de piedra, del que se usaba antes como combustible para las máquinas de ferrocarriles de México en sus rutas por todo el país (años después fueron sustituidas por máquina Diesel y finalmente desapareció ese sistema de transporte de pasajeros, quedando solamente la carga). Nos contó que en uno de sus viajes con sus hermanos y sobrinos fueron rumbo a Toluca, hasta una estación llamada Salazar, lugar donde empieza el camino a la Cascada de Alférez bello lugar en las montañas del Estado de México y muy cercano a la ciudad de los palacios y las colas.
Para llegar a ese lugar, hay dos caminos. Uno plano y ancho, de tierra, que va dentro de una cañada con la ventaja de que hay cada dos o tres kilómetros donde se puede adquirir alimentos y refrescos, pudiendo entrar vehículos y que toman familias que no están acostumbradas a caminar a pie en la montaña y que toman un vehículo que va hasta la vecindad de la cascada, hacen una fogata para preparar su comida y cuentan con agua de montaña muy limpia que se puede beber, se supone que es uno de los afluentes del famoso y caudaloso Río Lerma. El otro camino se toma a partir de la estación de ferrocarril; es una vereda que sube serpenteante a los cerros. El camino de subida a tramos cortos, deja ver entre el follaje de los árboles, como desde verde balcón, el valle de Salazar, y el pequeño poblado con su estación. Cuando hay mal tiempo, entre la bruma se alcanza a ver poco. Este fue el camino, que a largo de tres horas siguió con sus primos hasta encumbrar los cerros a tres mil metros de altura y de ahí seguir abriendo camino de bajada por falta de vereda, hasta caer directo al chorro de agua helada.
El regreso se hace por el camino ancho para llegar a tiempo a tomar el tren que viene de Acámbaro a México. Hay grupos de excursionistas que vacaciones de escuela deciden hacer campamento vivaque por varios días.
El regreso de la montaña al llegar a la estación de ferrocarril, se abre un compás de espera, esperando a llegada del tren que siempre lo hace a las cuatro de la tarde y en el ínterin, entrar alguno de la changarros a tomar un “chumiate”, bebida dulce hecha con yerbas llamadas “zacate”, y con sabor a ciruela, higo o cualquier fruta de ese tipo y un poco de alcohol de caña. También se puede tomar un “mosquito” hecho de corteza de naranja y alcohol de caña, esta bebido es muy fuerte y de efectos contundentes.
Como ella no acostumbraba esas cosas, se puso a pasear por la vía hasta el tanque de agua que surtía a las calderas de las máquinas, recogiendo un trocito carbón de piedra como recuerdo de su aventura, el que la postre, fue a parar al ropero.
Una vez se le preguntó si llevaba un Diario escrito de su vida y dijo que no; que llevaba el recuerdo de los hechos más importantes en los había participado y con esos pequeños recuerdos, pedazos de su vida, podía reconstruir una historia importante para ella y así tener algo que contar a sus descendientes, y que estaba haciendo eso con sus nietos y que eso había hecho con sus hijos; que los niños habían sido sus mejores oyentes.
Uno de los recuerdos de mi abuela que me impactaron mucho, era un cartucho de fusil, calibre 30.30 de los que se usaron en la Revolución de 1910. Resultó que tuvo un novio que había sido villista y había ganado en la Batalla de Zacatecas sus barras de Capitán y en una ida a México, se la regaló como recuerdo. Si no se había casado con él, fue que prisionero de Obregón en la Batalla de Celaya, y como Oficial que era, fue fusilado previo sumario Juicio de Guerra y como recuerdo del Capitán, fue a parar el cartucho al ropero de los recuerdos.
Cuando cumplió quince años de edad, mi bisabuelo le dio a escoger, o fiesta o viaje. Dado el carácter aventurero de mi abuela, su padre no había dudado que iba a escoger viajar, por lo que escogió como destino el bello puerto jarocho de Veracruz. Anticipadamente le envió una misiva a su prima Lupe que tenía casa por el Baluarte de Santiago, pidiéndole alojamiento por unos días.
A su llegada al puerto, tuvo oportunidad, de conocer a la parte jarocha de la familia, gente amable y querendona, mal hablada sin ofender a nadie, un fuerte calor de un sol tropical diferente al de México. En uno de los paseos que la llevaron, fue a la isla de San Juan de Ulúa, lugar donde, en la época del Presidente Díaz, había sido Penal para reos políticos, y donde estuvo preso Chucho el Roto, célebre ladrón de ricos para atender las necesidades de los pobres. Al ir a bañarse todos a la playa en Villa del Mar, recogió de las arenas un pequeño caracol y una concha de colores, como recuerdos de su viaje y para presumir a sus amiguitas en México y finalmente este souvenir fue a parar al consabido ropero.
Cuando cumplió veinte años de edad, con motivo se viaje novios, fue a París, viaje pagado por la empresa donde trabajaba mi abuelo como médico. Tuvo la oportunidad de adquirir fotografías a color y de cristal, mismas que a la muerte de mi abuela, pasaron a poder de mi señor padre y de él, a mi poder. Lo que además conservó mi abuela como recuerdo de ese viaje, fue un pequeño frasco de cristal fino, conteniendo un buen perfume parisién, que al cabo de los años se evaporó su líquido, quedando en el frasco, un delicado aroma; naturalmente que las fotos en cristal y el frasco de perfume, fueron a parar como recuerdo inolvidable de su viaje, a un lugar selecto del ropero.
Por hoy basta de esa visita fugaz al ropero de mi abuela, conservando en mi memoria hechos que forman parte de mi vida, por ser de mi familia. Y lo dejo escrito, para en la posteridad haya un loco descendiente de mi sangre, que se pregunte quien era su abuela Genoveva.
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Fernando Carrillo (q.e.p.d.)
Octubre 2005